Mejoremos ahora las Capitales Europeas de la Cultura

Dice la leyenda que en una noche de fuertes vientos del mes de enero de 1985, en el aeropuerto de Atenas, esperando la salida de sus vuelos, Melina Mercouri y Jack Lang engendraron una idea para destacar el papel que las ciudades tienen en la cultura europea. Al cabo de pocas semanas de gestación, la ministra griega y el ministro francés proponían a sus colegas que la Unión Europea nombrara cada año una “ciudad europea de la cultura”. La propuesta fue rápidamente admitida para “acercar a la ciudadanía la riqueza y la diversidad de la cultura europea”. Atenas (claro) se convertía aquel mismo año 1985 en la primera Ciudad Europea de la Cultura.

Eran otros tiempos. Europa estaba escribiendo un relato que ilusionaba tanto en su eje central carolingio como a sus periferias mediterráneas, nórdicas y orientales. Había muros, incluso un telón de acero, pero se podía pensar más allá.

25 años después, aquella iniciativa se ha convertido en una de las acciones europeas más simbólicas, más conocidas, más importantes. Una acción que hace Europa. Una acción que despierta el interés de las ciudades que han acogido el título o que lo quieren acoger. La Capital Europea de la Cultura es vista con simpatía por toda la ciudadanía europea y permite visualizar una Europa diferente.

46 ciudades han acogido el título desde 1985 en el 2012. Han sido Capitales algunas grandes ciudades obvias, como Atenas, Florencia, Amsterdam, Berlín, París o Estambul, y algunas ciudades emblemáticas para la historia de nuestro continente, como Santiago de Compostela, Brujas, Weimar, Salamanca o Cracovia. También han sido Capitales algunas ciudades inesperadas que han tenido coraje para generar entusiasmo ciudadano y se han reinventado como Glasgow, Amberes, Lille, Liverpool o el Ruhr (quizás sean éstas las más interesantes de todo el elenco). También hay ciudades que han desperdiciado la oportunidad, como Patras, Tesalónica o Pécs. Este año, en el 2012, son Capitales la portuguesa Guimaraes y la eslovena Maribor.

La iniciativa nació como “Ciudad Europea de la cultura” y se convirtió “en Capital Europea de la Cultura” el año 2000, cuando se definió una lista rotativa que reúne todos los estados de la Unión Europea y señala a qué estados corresponde presentar candidaturas. A lo largo de los años, y poco a poco, los criterios y la metodología de elección de la Capital Europea de la cultura han evolucionado. La situación actual no es ni mucho menos la óptima para alcanzar los objetivos que Europa se había marcado (“acercar a la ciudadanía la riqueza y la diversidad de la cultura europea”), pero hay que reconocer un enorme progreso respecto de la situación inicial.

En primer lugar, se ha pasado de una elección política a una elección basada en la calidad de las candidaturas. En los primeros 20 años las ciudades eran designadas en las reuniones periódicas de los ministros de cultura de la Unión Europea; desde el año 2007 la elección se realiza a partir de las recomendaciones de un jurado de 13 expertos independientes. En segundo lugar, se han introducido unos criterios de selección (la dimensión europea del programa, la participación de la ciudadanía, la movilización de los agentes urbanos y el desarrollo a largo plazo de la ciudad) aunque todavía son genéricos. En tercer lugar, los contenidos han pasado de ser más bien un “festival de las artes” de un año de duración a un programa complejo que pone el acento en la ciudadanía, los espacios públicos, la creatividad y la conectividad internacional de la cultura local. En cuarto lugar, hay más rigor en la gestión: la organización de una Capital moviliza directamente una media de 60 millones de euros cada año, la gobernanza local tiene que incluir tanto el liderazgo del gobierno local como la implicación de la sociedad civil, y el impacto esperado (económico, social, cultural y ambiental) tiene que estar bien analizado desde el inicio del proyecto. Finalmente, las capitales europeas de la cultura requieren hoy planificación: las ciudades son nombradas con seis años de antelación, siguiendo la lista que señala en qué estados de la Unión Europea corresponde la presentación de candidaturas. Así, el año 2011 el Jurado tenía que escoger una ciudad polaca y una ciudad española; en el caso de España, de la competencia entre 15 ciudades con muchos proyectos de gran calidad (este tema merecería un artículo específico) resultó ganadora Donostia – San Sebastián, que fue ratificada por el Consejo Europeo el 10 de mayo de 2012. Este año 2012 el Jurado tendrá que escoger una ciudad chipriota y una ciudad danesa que serán capitales en el 2017.

Hoy una Capital Europea de la Cultura no es escogida por lo que fue o por lo que es, sino por lo que quiere ser. Lo importante es la visión, la investigación, la capacidad de ir más allá, la movilización, la lucidez y la ilusión genuina por pensar y actuar en un entorno complejo.

En estos momentos, la Unión Europea se está replanteando el futuro de la Capital europea de la cultura. La lista rotativa “acaba” en el 2019 con Italia y Bulgaria, y por todas partes surgen candidaturas para el año 2020, como la alemana Mannheim, la serbia Belgrado, la croata Split, la rusa Perm o la rumana Timisoara.

El futuro de las Capitales Europeas de la Cultura ha sido objeto de un debate extenso en el transcurso del último año, con la participación de las redes culturales europeas y de un buen número de expertos. Algunos de los temas que han sido analizados en este debate se detallan acto seguido de manera muy sintética.

  • Una competición con una lista pre-establecida de estados “elegibles” cada año o bien una competición abierta a todas las ciudades de Europa.
  • Unos criterios de selección genéricos y poco definidos o unos criterios de selección explícitos en los ámbitos del programa cultural, la investigación, la formación, la gobernanza o el impacto.
  • Unos criterios estrictamente culturales o unos criterios que relacionan la cultura con los otros ámbitos del desarrollo de una ciudad (económico, social y ambiental).
  • Una competición sin barreras que permite competir a ciudades oportunistas interesadas en el “branding” o con pésima trayectoria en política cultural o la introducción de unos mínimos umbrales (siempre cualitativos) que aseguran la participación de los mejores.
  • Una selección donde compiten los municipios o la posibilidad de que las metrópolis puedan presentar candidaturas.
  • Un proceso de selección en que cada ciudad presenta un proyecto o un proceso con candidaturas conjuntas de dos o tres ciudades comprometidas a trabajar juntas en un tema “europeo”.
  • Unos proyectos que se centren en Europa o que permitan fomentar la cooperación con las ciudades emergentes de todo el mundo.
  • Una coordinación europea de la iniciativa marcada por la sucesión anual de Capitales, y, por lo tanto, por “la enfermedad del evento ” o la evolución del programa de las Capitales hacia una plataforma europea de investigación + desarrollo + innovación en el ámbito de las políticas culturales locales.

Hoy Europa no está escribiendo ningún relato ilusionando. Más bien constata con miedo (y con estupor) un declive económico ocasionado por la incompetencia propia y la competencia emergente. Las ciudades continúan siendo los lugares donde surgen las ideas y la Capital Europea de la Cultura es una de las pocas iniciativas que consigue llegar a la ciudadanía y hacen una Europa diferente. Una Europa que será cultural o no será.


Jordi Pascual ha sido miembro del jurado de la capital europea de la cultura durante 4 años, en los cuales ha participado en la elección de las capitales europeas de la cultura de 2010 (Estambul, el Ruhr, Pécs), 2011 (Turku y Tallinn), 2013 (Kosice y Marsella) y 2016 (Donostia – San Sebastián). Profesor de políticas culturales y gestión cultural de la Universidad Oberta de Catalunya, entre otras responsabilidades, ha publicado libros y artículos sobre las relaciones culturales internacionales, cultura y sostenibilidad, la Agenda 21 de la cultura y la gobernanza de la cultura, traducidos a más de 20 lenguas.